diumenge, 18 de març del 2012

Paul, Peter, Mary y los otros



Por momentos me pareció formar parte de una película, una de esas películas europeas de los setenta u ochenta en que personajes muy diferentes se reúnen para cenar o tomar unas copas. Ésta era la excusa para que durante la película se reflejasen personalidades muy diferentes y relaciones de todo tipo, con más o menos conflictos o no. Aparentemente –si las comparábamos con el cine norteamericano- no pasaba nada extraordinario en esa hora y media o dos horas de metraje. De hecho intentaban reflejar realidades cotidianas de gente corriente, ese ejército capaz de pequeñas heroicidades diarias al que pertenecemos la mayoría.
La explicación de entrada viene a cuento para que se comprenda el contexto en que se ha desarrollado mi jornada de hoy. Reunión de algunos amigos y conocidos, con esposas, parejas y niños por medio, en mitad de la campiña. Buen ambiente, anfitrión totalmente feliz y entregado, viejos amigos que se saludan y charlan de sus cosas. El trabajo, la sequía, el campo, el buen tiempo, la primavera, mi perro, mi gato, mis depresiones, el ERE, el puto IRPF, haznos una foto, echa una mano con el fuego, cuidado no te quemes, que alguien traiga unos refrescos… Como en una película de Ettore Scola o de Claude Sautet,  explicas lo que quieres o lo que puedes y te cuentan lo que quieren o lo que pueden. Algunos no se toman la molestia de explicar nada y no sabes si esa opacidad es premeditada u obedece a una simple cuestión de un carácter tímido, o arisco, o reservado. Más o menos tienes una foto fija de cada uno de los asistentes y esperas lo que esperas, raramente te sorprenden. Intentas adivinar en un gesto, en una mirada o en un silencio triste algo que chirría, que no funciona, que duele. Y así pasan los minutos.
Sentarse a la mesa y compartir unos platos, entre risas y pequeñas complicidades, podría parecer un spot publicitario. Pero enmarca y refleja una simple realidad compartida -con pocas complicaciones, todo sea dicho-  en una preciosa tarde primaveral de domingo. Algo tan viejo como el hombre. Necesitamos ese tipo de contacto, de relaciones. Necesitamos entrecruzar nuestras vidas con las de los otros. Necesitamos sentarnos a la mesa con los otros. Así de simple. Y lo de menos, en este caso, son los postres.


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